No deja de resultar curioso, opino, el llamado gusanillo de la escritura. Ese mal bicho hijo de musa siempre sorprendente, que tan pronto atolondra haciéndole a uno vomitar los peores renglones que puedan salir de punta de pluma como satura en el momento más insospechado, cuando el autor creía estar en su culmen, en pleno fragor narrativo en que se gesta el todo o nada…, o, por el contrario, dulce como el veneno, lo llama a uno con la más melindrosa de las parlas para que vuelva a colocarse la pluma en el ristre si lleva mucho en dique seco. Confieso que llevaba ya mucho tiempo –años, al menos– sin sentir este picor imposible de rascar, esta necesidad que aúlla ganas de escribir, que busca resquicios de tiempo muertos, trozos de papel y bolígrafos moribundos para sacarse la mala sangre de las heridas infectadas por aquel infame invertebrado que me picó, ha ya no tan pocos años y que me hundió en las movedizas arenas, siempre atractivas, de la escritura.
Llevo cerca de un mes sin escribir palabra –o realmente muy pocas, y buena muestra de ello son la brevedad y la tardanza de esta entrada– y para mi desconcierto por un lado y orgullo de artista por otro empiezo a sentir la adicción aporreando al desocupado cuentacuentos que andorrea por mi interior, por ahí entre el bazo y el yeyuno. Ocupaciones laborales, y más recientemente domésticas, no me conceden tanto tiempo como del que acostumbraba a disponer, aunque todo, una vez más, es cuestión de organizarse y sacando hueco de donde no lo hay de buscarse un pulso constante –aunque sea breve– de escritura. Intentaré, de aquí a un par de semanas, recuperar un ritmo decente de paso a limpio de la novela (retrasado ya ad absurdum).
En cuanto a lo de por qué me resultaba curioso este puñetero gusanillo, amén de por su volubilidad más propia de esa ramera llamada fortuna, cabría citar el beneficioso poso que deja la falta de actividad en la pluma. Me refiero al temple y al cariño que conceden la ilusión de retomar la escritura, de volver a internarse por pasillos tan nuevos como queridos, por más que en este caso que ahora me ocupa se trate de pasillos ya trillados y con serias necesidades de limpieza y apuntalamiento. Resulta, pues, de lo más interesante comprobar cómo aquel gusanillo que casi se le aparecía a uno como molesto –¡y hasta obsesivo! – cuando las teclas echaban humo tenga ahora el sabor de la miel, que si bien no está hecha para la boca de todos los asnos, aún seguimos siendo muchos los que picamos.
¿Quién sabe? ¿Quizá este fragmento, en que Galván et consortes se encuentran aún a bordo de una nave que los conduce río y novela arriba hacia la parte final de la historia resulte ser uno de los pasajes más cuidados y mejor ejecutados de la novela? Puede. En cualquier caso, para el autor ha resultado de los más melindrosos.
¿Quién sabe? ¿Quizá este fragmento, en que Galván et consortes se encuentran aún a bordo de una nave que los conduce río y novela arriba hacia la parte final de la historia resulte ser uno de los pasajes más cuidados y mejor ejecutados de la novela? Puede. En cualquier caso, para el autor ha resultado de los más melindrosos.