domingo, 28 de julio de 2013

INSPIRATIO IN MUSICA (3)

Y aquí la tercera y última parte de esta larga entrada de inspiración musical:

 
«Home of the rising sun», The White Buffalo.


 
«La ballade des dames du temps jadis», Georges Brassens / François «Almighty» Villon.


 
«Alla fiera dell’Est», Angelo Branduardi.


 
«The Grave», Don McLean.


 
«Theology/Civilization», Basil Poledouris.


 
«David Bowie», Starman.


 
«Raubritter», Pfadfinderlied.

Y la última pero no por ello la peor…

 
«Brave Sir Robin», Monty Python.

jueves, 18 de julio de 2013

INSPIRATIO IN MUSICA (2)

Tal y como prometía en la última entrada, aquí la segunda parte de muestra de canciones y piezas que me han hecho coger la pluma y rellenar renglones vacíos de esta novela. Para empezar, las estrictamente medievales:

 
«Tourdion», Pierre Attaignant.

 
 
«Tempus est Iocundum», Carmina Burana.

 
 
«Vous l’orés bien dire», Adam de la Halle.

 
 
«Deduc, Syon, uberrimas», Carmina Burana.

 
 
«Dindirindin», Anónimo.

Y para aquéllos a quienes dan repelús el laúd y la dulzaina, fuera de este blog , digo... en muy breve está la tercera y última entrada con música más moderna.

lunes, 15 de julio de 2013

INSPIRATIO IN MUSICA

Finiquitado ya el capítulo XI queda más que probada la necesidad de desbaste con respecto al manuscrito original que comentaba en la última entrada. De las prácticamente treinta páginas que el capítulo iba a tener se han quedado en tan sólo diecisiete, que en un principio podrían parecer pocas, pero que con una rápida lectura de ambas versiones se aprecia enseguida lo mucho que mejora la narración en términos de ligereza y concreción. Si la acción transcurre, como es el caso, en pleno caos que es el asalto a una fortaleza de poco sirve esmerarse en detallarlo absolutamente todo, en describir los distintos ataques y defensas, los ardides y contras…, sobre todo si la narración se centra en el avance de un solo personaje a través de la acción. Para lograr transmitir la ansiedad del protagonista en tales lances resulta inmensamente más efectivo el limitarse a incluir lo puramente inmediato y relevante, y añadir sencillamente una visión general del cuadro a través de algún personaje casi ad hoc y que aparezca y desaparezca en apenas un par de párrafos. Para imaginarse una escena completa, como ya he expuesto por aquí alguna vez, a menudo más vale con dos pinceladas clave y que el lector rellene el resto del lienzo a su gusto. Sin duda lo disfrutará mucho más.

 

Por desgracia futuras citas laborales vuelven a retrasar, paralizándolo durante un par de semanas, el paso a limpio del manuscrito, pero aun así intentaré aumentar el ritmo en lo sucesivo y cumplir (semana arriba, semana abajo) con el calendario que me propuse, que no es otro que el de tenerlo todo cribado, redactado, revisado y maquetado para otoño (que, a lo tonto, está casi a la vuelta de la esquina). Me apetece además volver a sumergirme en los próximos capítulos que son los centrales de la novela, y no sólo por las implicaciones que tienen con respecto al consiguiente final, sino por la aparición de un par de personajes y situaciones a los que tengo especial aprecio y espero así poder sacarles todo el brillo posible para que el futuro lector comparta la misma opinión. Quedan un par de dudas en cuanto a fragmentos un poco incómodos y necesarios desbastes que amenazan con llevarse casi un capítulo por completo, pero se buscará pese a todo un camino satisfactorio.

 

Y yendo ya al tema que le da nombre a la entrada, el pie para ésta me lo dieron ciertos videos que encontré hace varios días en Youtube. No incluiré ningún link para que nadie pueda sentirse ofendido, pero bastará con decir (y que el curioso le dé a la tecla y busque) que son aquéllos que sirven «para escribir». Me explico: son videos con imágenes y sonido (las más veces música) que buscan incitar al que los vea a imaginar y ponerse después a narrar lo que esto le haya inspirado. Los hay de diferentes tipos: desde los que son de mera relajación (con dos horas o más de sonido de lluvia o de goteo), hasta los de música «simpática», perfecta para un programa de bricolaje cualquiera, pasando por supuesto por los de pseudo-heavy y con hadas y unicornios. Personalmente pongo bastante en duda (y recalco que es sólo mi opinión) la utilidad efectiva de estas fuentes de inspiración que consisten en colocarse los cascos, darle al play y dejar que la mano vaya escribiendo sola. Soy de la opinión más que compartida de que la inspiración no es algo que pueda darse o encontrarse sin más, es algo que resulta mucho más enrevesado y travieso, que viene cuando viene y si es que viene, y más un estado de ánimo determinado que, con una cierta predisposición, logra prender. Esta predisposición, sin embargo, hay que labrársela con vías muchísimo más laboriosas y hay además que cultivarla sin cesar mientras se tengan fuerzas para sostener la pluma. ¿Cómo? Leyendo, leyendo, leyendo, leyendo, leyendo, y leyendo. Y leyendo también.

 

Precisamente estaba en una conversación hace un par de días sobre el misterio a medias que resulta ser esto de la inspiración. En el fondo, por más inspirado que pueda estar uno, sería casi imposible elaborar algo completamente ex novo, y todo lo que un autor produjera provendría directamente de sus lecturas y de su experiencia y sólo en un grado ínfimo de su «genio» o inspiración. Todo estaría ya escrito y contado desde haría milenios, y casi toda la literatura consistiría tan sólo en realizar variaciones sobre lo anterior o aprovechar una serie de bases ya constituidas para afilarlas o enromarlas un poco más. Nada sería más cierto en literatura, pues, que aquello que decía maese Bernardo de Chartres sobre lo de ser «enanos subidos a hombros de gigantes».

 

Volviendo a la inspiración a través de la música, me ha resultado de pronto extraño que todavía no haya tenido cabida en este blog teniendo en cuenta la nutrida cantidad de «momentos musicales» que hay en mis novelas. Desde unos simples «sonaba una trova» o «se puso a recitar esto y aquello, por no ver pasar el tiempo» hasta la inclusión directa de composiciones líricas que parecen a simple vista tan sólo engrosar el apéndice, pero que aunque no pueda oírse intenta un servidor transmitirla con palabras lo mejor que puede y sabe. Así, si bien el oído no es el sentido más evocador (y por lo tanto inspirador) sino que se trata del olor, aquél no le anda a la zaga. Cuántos fragmentos habré yo escrito (por no decir la mayoría de la novela) con una canción o determinada música en mente (¡y hasta de fondo!). Los vídeos «de inspiración» que criticaba unas líneas más arriba no irían tan desencaminados como podría parecer en un primer momento, aunque tampoco habría que tomárselos como un botón mágico que produzca ideas.

 

En cuanto a estas inspiraciones musicales en mi caso habría que separarlas en al menos dos categorías: por un lado aquellas que acaban siendo una inspiración directa (y en que los versos acaban literalmente encastrados en la narración) y por otro aquellas que si bien no dejan ninguna constancia visible sí llevan de manera subyacente una idea, una impresión o un sentimiento que pasa hasta los renglones de la obra. Aprovechando la entrada me propongo incluir unas cuantas, aunque por cuestiones de longitud (pues ya se me está yendo de las manos ésta) el grueso tendrá que venir en una próxima entrada. ¿Quién sabe? Igual alguno o alguna se siente de pronto inspirado y de unas pocas notas brota el germen de una fantástica novela.

 

*Nota: Dejo aquí sólo los enlaces para evitar cualquier posible problema de copyright.

 


viernes, 5 de julio de 2013

DESBASTANDO EL BOSQUE

Con los últimos coletazos del capítulo XI empiezo ya a darme cuenta del volumen de necesario lastre que implica la limpieza de un manuscrito en aras de presentar una obra de la mejor manera posible, esto es su desbaste, que convierte la asilvestrada primera redacción en novela digna de leerse (o de intentarlo, al menos). Ese proceso que no es otro que el de empezar a desechar todos aquellos fragmentos, comentarios, personajes, hilos e incluso capítulos que, teniendo ya el autor en las manos un croquis más elaborado de lo que supone la novela en su conjunto, se da cuenta de que no tienen cabida en la misma.

 

¿Las razones para ello? Las más diversas. Para empezar, simplemente, la continuidad de la narración, y es que a menudo un fragmento está incluido demasiado pronto, revela ciertas cosas antes de lo previsto o, extendiendo el término «continuidad» a una esfera más amplia, no resulta lógico lo que ocurre en tal o cual momento si después ha de ocurrir esto o aquello. Del mismo modo, si por ejemplo dos personajes no van a tener una relevancia especial en el arco argumental de la novela de nada sirve darles un calado previo, o una presentación más que extensa y forzada. Y lo mismo sucede en el caso contrario (el cual, personalmente encuentro siempre ridículo y falto de imaginación, a menos que se busque algo de surrealismo) que es el del recurso deus ex machina o, lo que es lo mismo, cuando un elemento externo y por completo ajeno a la historia hasta el momento aparece de la nada y resuelve una situación o la trama completa sin más. Bien está guardarse sorpresas para el final, que llegue de pronto la caballería o que el villano se tuerza un pie en pleno combate y el héroe lo finiquite, pero tampoco hay que abusar. Engañar al lector no quiere decir tomarlo por tonto.

 

Otras razones menos poderosas pero igualmente válidas para realizar este desbaste son la saturación de la narración, cuando desde la perspectiva del lector la trama se dispersa tanto o se estanca hasta tal punto que no sólo resulta confusa (de nuevo, siempre y cuando ése no sea el efecto buscado) sino que se vuelve también incómoda, animando a cada página al lector a dejar de lado esa lectura para dedicarse a otra más agradable. Cabe destacar también la impresión de repetición de fragmentos, que si bien a menudo suele pasar desapercibida tanto para el autor como para el lector a pequeña escala, se vuelve insufrible cuando a uno le da la impresión de que, si bien la historia avanza, lo hace siempre de la misma manera y siguiendo los mismos mecanismos, como si simplemente subiera los peldaños idénticos de una escalera. De manera distinta, aunque no mejor, actúa la impresión (igualmente espantosa a gran escala) de volver constantemente sobre los mismos conceptos o valores. Cuidado: no me estoy refiriéndome aquí al leitmotiv de una obra, que amén de respetable puede resultar beneficioso e incluso imprescindible para la narración, sino a la excesiva focalización sobre un tema que a cualquier lector mínimamente avezado le quedó resuelto desde el principio (que su visión de la Iglesia de hace setecientos años es la una institución opresora, manipuladora y deleznable ya me quedó claro doscientas páginas atrás, oiga. Ahora, se lo ruego, cuénteme usted una historia o dedíquese a escribir ensayos).

 

Finalmente encontramos las dos causas más comunes que justifican un desbaste, que son la de la ligereza de estilo o «saneamiento de renglones» y la elección de tal o cual estilo para la obra. La primera se refiere sin más a un desbaste casi de manual, acortando conceptos, reduciendo explicaciones y presentaciones hasta resultar funcionales sin necesidad de apabullar…, esto es separar paja del grano y servírsela al lector en las proporciones adecuadas y de manera que le resulte apetecible. El grano gusta pero sin paja se queda soso, y si la paja nunca desentona demasiada atraganta. En cuanto a la elección de un estilo me refiero a la homogeneización del tipo de estilo y narración de una obra, la cual siempre se va forjando a medida que se elabora el primer manuscrito, y donde se comenzó con un tono se decidió acabar con otro, donde se soltaban tacos igual ya no los hay (o hay el doble) y donde en un fragmento se utilizaba un dejo de misterio, al releerlo resulta tan incoherente que los propios renglones piden a gritos incluso una reescritura.

 

Una última causa son los llamados renuncios, que son todos aquellos fragmentos o pasajes que si bien el autor puso ilusión en ellos los incluyó para desarrollar ciertas ideas precisas o por gusto de una situación concreta, pero que al verlos insertados en el conjunto de la obra encajan tan mal y de manera tan poco lógica que acaban siendo sacrificados en una primera relectura. Pues no hay que olvidar (y esto es aplicable a todas las causas de desbaste) que durante una primera redacción el autor sólo tiene unos pocos puntos de referencia en el camino que tiene por delante, y si bien se ha establecido una ruta la mayor parte de sus pasos ha de improvisarlos en cierto modo y ya se sabe que la improvisación, como dicen los actores, es un diez por ciento de brillante genio ante un noventa por ciento de oscura y absurda locura (no literalmente, pero con la misma intención).

 

En previsión del capítulo XII, habrá que seguir dejando fuera la piedra de amolar y tener afilada el hacha para el desbaste. De momento aprovecho para contradecirme a mí mismo y romper la continuidad de la entrada metiendo sin más una autopromoción: «Se agradece a aquéllos a quienes les gustan las entradas que las compartan y difundan lo que puedan, cuesta sólo un par de clics (ahí arriba a la derecha hay un par de vías) y a un servidor le sacáis una sonrisa.»