Son malismos unos «duendes trogloditas caracterizados por su naturaleza vil», primos lejanos pero con idéntica mala leche de los trolls anglosajones y nórdicos, que en el acervo infantil de un servidor son unas criaturas poco agraciadas cuyo interés en el mundo es afearle el día a un personajillo siete veces más fuerte que yo, y veloz. Los malismos, sin embargo, lejos de aquellas latitudes frías y ricas en folclore de hoguera invernal, son duendes salidos de nuestra piel de toro, castellanos para más inri, y seguramente por eso su inquina y ganas de amargar son más puñeteras. Más de aquí. ¿Y a qué viene todo este discurso? Pues sencillamente a que, al parecer, se me han colado unos cuantos malismos entre renglones cuando no miraba.
De nuevo me disculpo por tener tan abandonado el blog y no llegar a publicar más que una entrada al mes, aunque me temo que los compromisos laborales dejan poco margen para seguir con el paso a limpio de la novela y escribir aquí a la vez, de modo que una entrada al mes va a tener que empezar a volverse norma. En cuanto al desbaste y reescritura ya está empezado el capítulo XVII, que tras un movido XVI se presenta como el más largo y enrevesado de toda la novela (que no es poco), pero que apenas si merece retoques por lo que no debería llevarme demasiado tiempo. De nuevo el calendario se pone en contra de un servidor, y donde el epílogo debería estar finiquitado ya se da uno cuenta de que le quedan ocho capítulos uno detrás de otro, pese a seguir (como siempre) avanzando a un ritmo si no bueno al menos seguro. En bucólica y trillada analogía queda el consuelo, no obstante, de que una obra escrita es un camino de destino siempre incierto, y que lo importante son los propios renglones que andan los pies, y no el final prometido.
Buena parte (que no toda) del retraso la tienen esos malismos antes citados, que en pleno meollo central de la obra se han puesto a saltarme a la cara como grillos espantados. Entre el desbaste de la relectura ha ido apareciendo en estos dos últimos capítulos un buen número de trampas narrativas, que la distancia temporal entre escritor y reescritor de la que ya he hablado aquí alguna vez hace proliferar como setas. Me refiero a las contradicciones internas y a un desbaste más genérico y quirúrgico que la simple limpieza en el estilo. En cuanto a las primeras no se me ha hecho ya raro encontrarme de pronto con personajes que supuestamente habían muerto tres capítulos atrás vaciando vinos como si nada, a otros proponiendo soluciones a problemas que ya no existen (las más veces habían sido desechados sin que el autor recordara que lo había hecho), a otros revelando giros futuros y arruinando sorpresas mayores con una simple apostilla. En cuanto al segundo tampoco me extraña ya eliminar de un plumazo pequeños arcos argumentales enteros, o personajes, o, más sibilinamente, dar a un mismo personaje o a un mismo arco el papel de varios, redundando en una mayor claridad y un mejor fluir de la historia para el lector.
Ejemplos habría unos cuantos, pero sirvan como tales el hallarse de pronto ante personajes de pretendido calado pero de los que la narración no ha hecho luego uso (y amén de lastre resultan incoherentes en su aparición), dos personajes que desempeñan un papel casi idéntico en el argumento, arcos paralelos tan insustanciales y pesadamente decorativos como un rococó tapando un gótico… Así han caído ya varios, haciendo que el lector nunca conozca a Simon de Tourvermeille, jefe de espionaje de la corona heggebardesa (suplantado por su sucesor) a Sancho de Varo (desplazado por su resucitado primo), que asista a la reaparición casi totémica de algún personaje de la primera novela o al prematuro periplo de Beatriz de Hastrogor (eliminado por tener que desandar el mismo camino tan sólo unas horas después de haberlo realizado).
Estas trampas dejadas por uno para uno mismo (así de absurda y paradójica es la libertad creativa) y que yo he comparado a esos putañeros duendes castellanos resultan tan inevitables como útiles para el autor. Y es que si (a menos que tenga un mecenas y la vida resuelta, en cuyo caso no tiene otra cosa que hacer de sus días salvo escribir) por poca o distraída atención estas contradicciones y rebufos van a colarse entre renglones se quiera o no al menos obligan en una primera relectura a estar alerta, a cuidar los siempre diabólicos detalles y a ir enderezando el paso de la historia por una senda cuyo final no es después de todo tan incierto como decía antes. Desde esta falsa perspectiva del lector, además, contemplando ya un bosquejo bastante entintado de la novela en general, no sólo se ven mejor los malismos que hay que espantar sino también ciertos huecos muy particulares en la superficie de la historia.
Estas pequeñas oquedades (tan pequeñas que de no llenarse apenas si el propio autor lo notaría) son inmejorables macetas en las que ir plantando guiños y dobles sentidos destinados al lector. Pues no olvidemos que todo el interés humano en tener un secreto que guardar es poder irlo desvelando poco a poco, sin que nadie sospeche nada al principio pero dando los cabos necesarios para que puedan ser atados. En otras palabras más narrativas, y haciendo un poco una reductio ad absurdum, la gracia de un asesinato es decir claramente quién es el asesino desde la primera página, pero que nadie sea capaz de verlo. Así, prácticamente cualquier misterio que tenga esta novela viene desvelado en los primeros capítulos, a la vista de ingenuo lector (que somos todos) que no supo verlo y aceptó sin saberlo el engaño propuesto. Por malicia de autor prometo que ahí están, pero que se quiera o sepa abrir los ojos es cosa bien distinta…
Un servidor de momento se despide con una propuesta para la siguiente entrada (esperemos que dentro de no tanto), que es la de un reflejo de esta arqueta de sastre en su versión física. O, lo que es lo mismo, imágenes y apuntes de algunos de mis cuadernos de notas (de entre los muchos caídos durante la redacción de la novela sólo quedan dos, pero aun así debería haber buen material). Mientras tanto, me despido cual alimañero, espantando trolls y gremlins con una linterna, y plantando en su lugar pequeños guiños con forma de esquejes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario