Anoche, con una postrera y crepuscular frase di por terminado el epílogo de la segunda novela, por lo que el primer manuscrito ya está por fin acabado y listo para pasar por revisión y corrección y de aquí a un par de meses debería estar todo listo para saltar bajo los críticos ojos de los lectores. Al igual que ocurría con el último capítulo este epílogo, dividido en cuatro subpartes que recorren los últimos momentos literarios de cuatro de los personajes principales, ha dado muchísimo más trabajo de lo previsto, quizá (y no tan quizá) por estar preparado de antemano y escrito en mi cabeza.
Suele ocurrir, y no pocas veces, que al hallarse uno componiendo la trama de una historia van ocurriéndosele pasajes y reflexiones que bien podrían acabar en un cajón (o arqueta) de sastre, pero que por suyos y por interesantes hace todo lo posible por incluir en el texto final. Muchos de ellos no llegan a aparecer en el texto final, o bien por utópicos (por muy bien escrito que esté y por más que se haya documentado el autor sobre ello el lector no va a tragarse quince páginas sobre las técnicas germánicas de fabricación de espadas), o bien por inconsecuentes (tal personaje, de un estrato social mucho más bajo que su interlocutor, si bien puede seguir una discusión en abstracto todo el tiempo que quiera no debería tener una serie de conocimientos elitistas), o sencillamente por «pesados» (en todos los sentidos de la palabra). En cualquiera de estos tres casos estos pasajes no tienen cabida en la versión final, y en el caso de no ser eliminados permanentemente (con algo de pena, todo hay que decirlo) suelen ser o bien reducidos, a veces a una sola frase o comentario, o bien apuntados para futuros escritos.
Quedan, no obstante, esos pasajes y reflexiones que uno se empeña en colocar en el texto, cueste lo que cueste. Unas veces por simple cabezonería (o por una más benevolente corazonada, sintiendo que aquello gustará al lector) y otras por cruda necesidad. Hay ocasiones, por ejemplo, en que el grupo de personajes, para llegar de un punto literario A a uno B ha de pasar casi necesariamente por uno C; de nada sirve omitir un viaje que dura un mes si después no se relata, aunque sea escuetamente y relatando «que no ocurrió nada importante», el mismo. Este tipo de fragmentos suelen estar, pues, ideados de antemano y colocados como si fueran hitos en el camino de la novela, y si bien uno se figura tener control sobre ésta y poder forzar la historia cuando le venga en gana, lo cierto es que estos hitos de referencia que uno mismo se ha marcado a menudo resultan ser más un problema que un auxilio. No porque el resultado vaya a ser peor o haya que poner más cuidado en la redacción (que también) sino porque siempre corre mejor una historia si se le da rienda suelta y se busca ella misma el cauce que si se la hace pasar por una presa determinada, que no por estrecha (y es labor del autor que no se note esa estrechez) resulta menos necesaria.
Nos encontramos también el problema de la memoria y el cambio de opinión, y es que si en un determinado momento al autor le parecía bien y hasta le encantaba tal reflexión o pasaje, con el paso del tiempo (en ocasiones incluso un año entero) o ya no se acuerda de cuál era el auténtico sentido que quería darle al fragmento (pese a ser tan intenso que se figuró que lo recordaría en cualquier caso) o ya no está de acuerdo consigo mismo, y el famoso hito que se había marcado para la historia se ve reconvertido en algo distinto o directamente demolido para dar paso a un hilo de narración completamente nuevo, en la mayoría de los casos mucho mejor y para bien, todo sea dicho.
Terminado ya por lo tanto el primer manuscrito llega el momento de ocuparse de los anexos, entendiendo por ello y en mi caso, citas en latín y versos y poemas en diversas lenguas del Medievo; sin olvidar, por supuesto, dedicatoria, citas de cabeza y título. Estos últimos están ya escogidos y listos, a falta tan sólo de decidirme entre varios títulos tentadores. En cuanto a citas y versos medievales llevo con ello tanto como con la novela (no en vano ha habido que ir incluyéndolas en el manuscrito, aunque no fuese más que como notas) aunque por supuesto muchos han tenido que ser revisados, otros desechados y reemplazados (con su consecuente documentación) y otros directamente introducidos en el último momento al tener ya disponible la historia completa y cerrada bajo los ojos. A esta labor llevo ya dedicada un par de días y debería ocuparme al menos una semana más, ya que si la idea de meter tal o cual cita o verso en un momento determinado parecía buena y ya se veía como definitiva aún hay que esperar a una documentación más o menos exhaustiva en cuanto a periodo histórico, métrica y adecuación temática, por no hablar de los problemas de traducción, ya que si un servidor se defiende bastante bien el latín, castellano, occitano y francés antiguo, los problemas y la ayuda de terceros vienen con el inglés, el italiano y el alemán medio. No obstante no me desagrada nada el pelearme con las rimas y aún menos el documentarme (que el saber no ocupa lugar) por lo que no me quejo, y tal y como ocurría en la anterior novela, espero que el trabajo final sea satisfactorio.
Sí me están dando sin embargo bastantes problemas unas cuantas canciones «paillardes» (verdes, o libertinas) francesas y un par de coplillas castellanas que me venían como anillo al dedo en más de un pasaje. El problema radica en que, si bien su inspiración y su estructura son completamente medievales, no pertenecen estrictamente a tal periodo ya que aparecen recogidas a principios del XVI en cancioneros populares. Ello no impide que ya se conocieran (y seguramente fuera el caso) en el período medieval y sencillamente hayan sido recopiladas más tarde, pero sin embargo la sombra del anacronismo no es menos alargada (en el mejor de los casos serían composiciones de las últimas décadas del XV) y siempre planea la duda. No obstante si algo hice bueno no anclándome en un periodo histórico real fue la posibilidad de introducir tanto elementos fantásticos como anacrónicos, por lo que (nota explicativa mediante) es posible que al final se queden.
Una semana más, por lo tanto, y me sumergiré otra vez en el inicio del manuscrito y empezaré con la versión final, esperando que mi querida correctora/revisora esté lista y con un poco de paciencia vayamos dando a luz a la criatura.
Mientras tanto, os invito como siempre a descubrir la primera novela en la web de megustaescribir.com
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