miércoles, 6 de marzo de 2013

RECONSTRUYENDO, QUE ES GERUNDIO

Me encuentro ahora en una de las etapas más laboriosas –por no decir fastidiosas– de la puesta a punto de una novela, que es la de pasar a limpio los manuscritos. Es en este momento donde uno comienza a arrepentirse algo del romántico gesto de redactar a mano (que también tiene sus ventajas, como contaba en este otro artículo) y se pregunta por qué no eligió las más impersonales pero mucho más pragmáticas teclas de un ordenador para contar su historia desde el principio. Pero en fin, ego sum qui sum y hay que apechugar ahora con lo elegido en el pasado.

 

Podría, a primera vista, parecer que lo laborioso de esta parte de la novela –la de convertir toda esta montaña de cuadernos en un archivo de texto que viaje después por el mundo virtual (y esperemos que un día de librería en librería)– es sencillamente el reescribir en otro soporte lo escrito a mano que, no por ser uno el autor y conocer el texto, se vuelve menos largo. Al menos, por verle el lado ameno, el texto resulta entretenido y agradable ya que lo escribió el que lo reescribe y en principio debería no disgustarle.


Sin embargo hay que tener en cuenta que suele distar mucho tiempo entre la redacción primigenia de una novela y su versión final, por lo que los cambios como el ritmo, el estilo de expresión y el lenguaje, ciertas actitudes de los personajes, los nombres de éstos, referencias a acontecimientos que finalmente no ocurrirán después… y así un largo etcétera se hacen especialmente patentes en los primeros capítulos. En el caso concreto de esta novela comencé a redactarla en el año 2008 y a concebirla al menos un año antes, tras lo cual sufrió un largo parón hasta 2010 en que volví a meterle mano en serio y escribí el prólogo, el epílogo y dieciocho de los veinticinco capítulos que contiene. Por lo tanto al autor que escribió las primeras frases y al que le dio el toque final al epílogo los separan cinco años y algunos relatos y escritos de por medio, por lo que algo tan básico como el estilo y la manera de estructurar las reflexiones y los planteamientos de una novela han evolucionado lo suyo, separando en multitud de aspectos los distintos fragmentos de una misma obra. Es decir, al pasar ahora a limpio no sólo se han de pulir la redacción y la claridad, y adaptar la historia a un desarrollo posterior ya establecido, sino también (y sobre todo) reconstruir literalmente los fragmentos según unos estándares personales y un estilo mucho más evolucionados y curtidos que cuando se escribieron por primera vez.

 

Como decía, esto es especialmente visible en los primeros capítulos, sobre todo en aquellos previos a que aparcara temporalmente la novela para ocuparme de otros proyectos, y el esfuerzo que requieren es mucho mayor (esperemos) que las partes manuscritas más recientes. Actualmente me hallo ya con el final de capítulo III, con el prólogo y los dos primeros a cuestas y en manos de mi querida y bienintencionada revisora, por lo que la cadencia no es demasiado mala para estar empezando. A partir del capítulo VIII, supongo, ya podré aumentar el ritmo a tres o incluso cuatro capítulos por semana, teniendo en cuenta que los cambios entre las líneas manuscritas y las digitales serán mínimos y sufrirán tan sólo un rutinario «desbaste».

 

Este paso a limpio y reconstrucción presentan, no obstante, aparte de una versión más depurada que ofrecer al lector, una visión más general y al mismo tiempo más pormenorizada de la novela y sus múltiples recovecos, cosa que ayuda mucho al fluir de la historia (cuya fuente, cauce y desembocadura están ya bien situados) y espero se note y agradezca en la versión final. Muestra de ello es el que un servidor recupere personajes, diálogos y hasta fragmentos completos que no recordaba haber metido y que, sin ellos en mente, había continuado la novela por libre no siendo siempre consecuente consigo mismo.


Habrá que hacer caso, pues, de uno de estos personajes que habían sido olvidados y recuperados y que precisamente en el próximo capítulo a reconstruir ofrece el siguiente y sabio consejo: «Nada mejor que mirar atrás para ver el camino que tenemos por delante».

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