Allá va el capítulo IX, liquidado en tan poco tiempo que he tenido que revisarlo un par de veces a ver si estaba todo. Como anunciaba en el último artículo, el paso a limpio de la novela está siguiendo un planning faraónico y estoy saliendo a un capítulo completo revisado y con fragmentos traducidos por semana. No he llegado aún ni siquiera a la mitad del proceso pero ya no anda tan lejos como hace tan sólo unos meses, en que todavía estaba en bregas con el denso capítulo XXII. También he de confesar que, como a este último capítulo citado el IX se ha llevado una buena «limpia», y es que de los pasajes escritos sin una continuidad inmediata (más querría yo que permitirme no dedicarme nunca a otra cosa que no fuera escribir) y prácticamente ad hoc tienden a no casar demasiado bien unos con otros. Son presas del estado de ánimo del autor en tal o cual momento, de las inquietudes de ese mismo día y, por supuesto (¿quién va a negarlo?), de las lecturas que en ese momento se lleven. Es curioso, por ejemplo, descubrir en el capítulo II un diálogo entre los protagonistas cuyo lenguaje recuerda horrores al del Ingenioso Hidalgo y su siempre lúcido escudero y es que, no en vano, en aquel momento le estaba metiendo mando a la segunda parte de Don Quijote. La escritura se vuelve más filosófica y sentimentaloide con Muriel Barbery en la estantería, más envalentonada con un Tonino Benacquista y decididamente más descarnada e «histórica» (si es que el trasfondo por el que se mueven Galván et consortes puede ser considerado histórico) con un Jean Teulé o un Sapkowski en las manos.
Mas el objeto de esta entrada era otro, el de hablar de «Los molinos contra Don Quijote». No es ninguna obra ni ninguna expresión acuñada, pero la construcción me ha parecido de lo más adecuada para introducir un concepto con el que recuerdo que estuve coqueteando en los capítulos VIII y IX y que luego vuelve a hacer su aparición en capítulos siguientes; de hecho casi hasta el final de la novela. La idea se basa en la simple subversión de los arquetipos literarios, lo cual, en principio, no resulta en absoluto novedoso ni original (el humor, desde tiempos inmemoriales, se basa casi exclusivamente en ello). El quid de la cuestión reside en el engaño temporal, y en convencer al lector de que se le ha metido por una senda cerrada y previsible que de pronto se va a caer a pedazos y revelar las auténticas dimensiones y posibilidades de la historia. En otras palabras, demostrarle que el bueno es muy bueno y que el malo es muy malo, que tal personaje no se salva ni a tiros (ni a flechazos, por quedarnos en lo estrictamente medieval) y que a este pobre, como es tonto consagrado, lo van a engañar y traicionar a la primera de cambio. Una vez hecho eso se corre el velo y resulta que el bueno es malo, que el malo es todavía peor, que el insalvable se salva y que el tonto era tan listo que resultaba convincente.
Tampoco cabe abusar de ello, pues es insostenible un personaje que esconda sus verdaderas intenciones durante nueve décimas partes de la obra sin resultar previsible y tedioso tanto de escribir como de leer. Hay que proporcionarle al lector alguna que otra pista de lo que ocurre en realidad, aunque éstas no tienen que ser necesariamente visibles ni totalmente comprensibles en el momento (solía decir uno de mis profesores de Hermenéutica que lo bueno de releer una novela de misterio era que uno se daba cuenta de lo imbécil que era, y de la cantidad de veces que le habían dicho quién era el asesino). De este modo el engaño previo sorprende más que desconcierta e ilusiona más que decepciona. No puede hacerse crecer un personaje a la sombra de un concepto y decidir en el último momento que cojeaba del pie contrario. En mi opinión resulta insultante, y una infamia en cuanto al sacrosanto pacto autor-lector. Puede, llegado el caso, dársele la vuelta a un personaje o a un hilo después de casi toda la obra consumida siempre que no sean principales, pero de otra manera (siempre en mi opinión, no lo olvidemos) el artificio queda demasiado ad hoc y demasiado folletinesco, en que en apenas veinte páginas salen tantos hijos y padres secretos y tantos bebés cambiados al nacer que parece que al autor le hubieran dado un tope para dejar atadas todas las tramas de cualquier manera.
Pero regresando con don quijotes y molinos me refería a la técnica de subvertir personajes e hilos que el lector no pueda sospechar que pudieran serlo. El que tal o cual situación de un giro no sólo inesperado sino a priori imposible, el que un personaje haga algo por completo contrario a su forma de ser y traicione a quien no debía traicionar. Y que estas situaciones no sorprendan por el hecho del tiempo que llevaban ya personajes e hilos en escena (que sería lo más fácil), sino por la maña que se ha dado el autor en convencer al lector de lo que parecía inmutable. Persuadiéndole, por ejemplo, de que si el protagonista muere a mitad de la historia, ésta no podrá continuar de manera consecuente (y de esto saben bastante los pobres Stark), o de que él y su antagonista son tan irreconciliables que va en contra de toda lógica que ambos se unan para enfrentarse a un tercero sin matarse después el uno al otro…
Los ejemplos son incontables pero, personalmente, mis preferidos son los que se basan en la subversión de arquetipos más que en la de personajes o hilos, esto es en los de romper clichés. Pero no romperlos sin más, por simple anarquía literaria, sino siempre con una intención bien estudiada que les haga de sombra, y que la doncella no sea horrenda sólo por resultar gracioso u original sino porque ello de pie a algo más sustancioso. También me encanta, y es algo que me descubrieron mis primeras lecturas del archicitado Sapkowski, la ruptura de un cliché ya roto. Ya hace mucho que las doncellas desvalidas de pronto se sacan un cuchillo del escote y le rebanan al ogro la entrepierna, que el ogro en realidad no era tan malo sino un pobre alma atormentada, y que el malo en realidad era el enamorado de la doncella que la traiciona por otra más joven y que está de mejor ver. Todos estos clichés se rompieron en su momento, y se hizo con tanto éxito que se han convertido a su vez en clichés que ahora pueden volver a romperse creando el mismo efecto que se buscó en origen. Pues puede que, dándole la vuelta a la historia, la doncella no sea tan hermosa ni esté tan mal encerrada si es capaz de mutilar a sangre fría y de manera tan cruel a un pobre ogro carcelero.
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