Hace un par de entradas comentaba el método utilizado por no pocos autores para dar un realismo y un fondo sólido y cómodo a sus personajes mediante la utilización de referentes reales. Estos referentes suelen ser bastante conocidos para el autor por lo que no le resultará difícil adecuar sus acciones y reacciones al personaje y prácticamente no tendrá ni que imaginárselas sino simplemente remitirse al modelo original. Comentaba también que no soy muy partidario de esta técnica, y aunque es cierto que la he utilizado un par de veces siempre me deja un sabor agridulce como autor, ya que el personaje parece venir con una serie de normas de comportamiento impuestas (que pueden romperse, no faltaba más, pero aun así) que lo encorsetan y al mismo tiempo roban algo a la inventiva del escritor.
Tomemos el ejemplo de un personaje secundario con el que se pretendiese hacer un homenaje a un amigo o conocido (o vengarse sibilinamente de alguien a quien no se tiene mucho aprecio). Este personaje ya aparece totalmente construido en la cabeza del autor y por lo tanto sus acciones acaban discurriendo por unos caminos marcados de los que no puede salirse. Sin embargo estos caminos acaban tarde o temprano alterándose, por lo que el personaje también ha de hacerlo y acaba alejándose cada vez más del referente original escogido. Aquí aparecen dos opciones: o bien romper definitivamente con el modelo y adoptarlo como un personaje nuevo o bien volver a las raíces de éste aun a riesgo de pervertir el propio personaje. En un caso u otro el resultado acaba quedando como una mezcla bastarda que a mí personalmente no me complace para nada, sobre todo teniendo en cuenta que el referente original no tiene por qué ser conocido por el lector y no apreciará en ningún momento ni los parecidos ni los guiños.
Tomemos el ejemplo de un personaje secundario con el que se pretendiese hacer un homenaje a un amigo o conocido (o vengarse sibilinamente de alguien a quien no se tiene mucho aprecio). Este personaje ya aparece totalmente construido en la cabeza del autor y por lo tanto sus acciones acaban discurriendo por unos caminos marcados de los que no puede salirse. Sin embargo estos caminos acaban tarde o temprano alterándose, por lo que el personaje también ha de hacerlo y acaba alejándose cada vez más del referente original escogido. Aquí aparecen dos opciones: o bien romper definitivamente con el modelo y adoptarlo como un personaje nuevo o bien volver a las raíces de éste aun a riesgo de pervertir el propio personaje. En un caso u otro el resultado acaba quedando como una mezcla bastarda que a mí personalmente no me complace para nada, sobre todo teniendo en cuenta que el referente original no tiene por qué ser conocido por el lector y no apreciará en ningún momento ni los parecidos ni los guiños.
La cosa cambia (y mucho) cuando la inspiración viene y se aplica a lugares. Es de sobras conocido el que cuando un autor describe un lugar, un edificio, una habitación, un bosque, un lago, una costa, etcétera, en la enorme mayoría de los casos tiene un referente real en mente. Siempre es mucho más fácil describir y amueblar un lugar, y a la sazón introducir a los personajes en ese espacio, si «se ha estado en él». Hace años, leyendo un artículo sobre consejos a escritores noveles me sorprendió el que daba un curtido autor francés y que decía más o menos que no había nada más recomendable y sano durante el proceso de documentación de una novela que acercarse hasta los lugares en que se iba a desarrollar ésta y fotografiarlos. El consejo no me pareció malo, pero enseguida me pregunté qué ocurría en el caso de mundos imaginarios. ¿Cómo se acerca uno hasta el bosque de Lorien, o hasta el Valle del Viento Helado, o hasta la Puerta de Tannhäuser a fotografiarlos?
La respuesta es muy sencilla y llega de la mano de la Hermenéutica: por fantasioso que sea un autor y por muy improbables y extravagantes que sean las cosas de las que nos esté hablando, siempre tendrá (aunque no sea siquiera consciente de ello) un referente real, humano y terrestre. Se puede escribir sobre los dioses y sus palacios celestiales, sobre civilizaciones alienígenas, sobre leviatanes de otras galaxias, sobre elfos, svirfneblins, djinns u hombres pez y sus ambiciones y deseos, pero puesto que el autor que habla por boca del narrador será siempre humano (que yo sepa) estará siempre atado a esta norma. Simple y llanamente, los humanos no sabemos (y no podemos) hablar de otra cosa que no seamos nosotros mismos, por más que lo enmascaremos con fantasías.
Así, aunque al lugar en que se desarrolla la historia se le intente dar el aspecto más alejado de la realidad posible, siempre tendrá un fondo y un referente real en la mente (a menudo inconsciente) del autor. Ahora bien, ¿cómo encontrar esos lugares? Es cierto que en la actualidad Internet es una gran ayuda, y yo por ejemplo, que nunca he estado en Buenos Aires, sería capaz de describir una calle de esta ciudad sirviéndome de fotos, comentarios, vídeos, películas y detalles y descripciones de quien realmente hubiese estado allí. Podría hacerlo, y un lector cualquiera podría imaginar que realmente conozco el lugar, pero la ficción se caería enseguida ante un lector bonaerense. Para resultar exhaustivo, habría pues que utilizar únicamente localizaciones que el autor conociese de primera mano, pero claro, en tal caso el número de lugares en los que se desarrollase la novela sería muy limitado, y así la única solución consiste en hacer lo mismo que con los personajes y partir de un referente real crear un escenario ficticio. Los referentes reales en los que apoyarse son igualmente escasos, pero ofrecen una base muy sólida sobre la que construir mediante extrapolaciones e inventiva. Los problemas que se plantean serían los mismos que con un personaje, y en pocos párrafos el nuevo escenario cobraría vida propia y se alejaría de su modelo, pero al tratarse únicamente del fondo que una vez descrito queda al libre albedrío del lector resultan muchísimo menos evidentes y casi diría que invisibles.
En el caso de la novela en que estoy trabajando ahora todos los lugares son ficticios, pero me aventuraría a decir que hay muy pocos que, conscientemente, resulten ser pura invención. Que haya estado físicamente en el lugar de referencia o no ya es otra historia, y puede que ese lugar ni siquiera exista, pero la simple impresión causada o su recuerdo es cuanto se necesita como base para poder construir el lugar imaginado.
Todas las imágenes de este artículo salvo la primera pertenecen a lugares que me han servido de inspiración en lo que va de novela. No me negaréis que todos ellos bien merecen aparecer en una (la mayoría ya lo hacen) y que con tenerlos simplemente en mente se puede plasmar un magnífico fondo para que bailen los personajes.
Todas las imágenes de este artículo salvo la primera pertenecen a lugares que me han servido de inspiración en lo que va de novela. No me negaréis que todos ellos bien merecen aparecer en una (la mayoría ya lo hacen) y que con tenerlos simplemente en mente se puede plasmar un magnífico fondo para que bailen los personajes.