Vuelven a escena Galván y los suyos (que ya son cinco) y no lo hacen solos, sino acompañados por un grupo de treinta jinetes ligeros y un guardabosques llamado Fernán De Varo, los cuales, por el momento, se han convertido en sus improvisados captores. Y hasta aquí los spoilers.
Esta parte que resultará sólo transicional nos deja sin embargo con treinta y siete personajes en escena, de los cuales algunos pueden ser por supuesto obviados desde el punto de vista de la narración, como los treinta jinetes a las órdenes de De Varo que funcionan muy bien como un personaje colectivo de fondo y sin apenas diálogo o con meros diálogos en estilo indirecto. Pero nos siguen quedando siete personajes principales con posibilidad de diálogo y cuyas opiniones, reacciones y acciones tienen que ser tenidas en cuenta en el argumento del fragmento con posibles (este «posibles» es el que me quita el sueño) consecuencias en lo que queda de novela. No quedan muchos capítulos y no es cuestión ni de dejar cabos sueltos para atarlos más adelante ni de empezar con conflictos que luego no dé tiempo a resolver, de modo que hay que andar con pies de plomo a la hora de establecer quién dice o hace qué y cuándo.
Esta parte que resultará sólo transicional nos deja sin embargo con treinta y siete personajes en escena, de los cuales algunos pueden ser por supuesto obviados desde el punto de vista de la narración, como los treinta jinetes a las órdenes de De Varo que funcionan muy bien como un personaje colectivo de fondo y sin apenas diálogo o con meros diálogos en estilo indirecto. Pero nos siguen quedando siete personajes principales con posibilidad de diálogo y cuyas opiniones, reacciones y acciones tienen que ser tenidas en cuenta en el argumento del fragmento con posibles (este «posibles» es el que me quita el sueño) consecuencias en lo que queda de novela. No quedan muchos capítulos y no es cuestión ni de dejar cabos sueltos para atarlos más adelante ni de empezar con conflictos que luego no dé tiempo a resolver, de modo que hay que andar con pies de plomo a la hora de establecer quién dice o hace qué y cuándo.
Este fragmento es una mera transición entre una parte del argumento y la siguiente, o más bien el final de la parte más confusa de la novela (el protagonista acaba por vencer sus temores y por «centrarse» por fin en lo que ha de hacer) de manera a entrar limpiamente (sin otros conflictos que el principal, se entiende) en la parte final. En cualquier caso ha de ser breve y ha de empezar a allanar el terreno para todo lo que viene, y por ello todos estos personajes principales no pueden permitirse «salir a escena» y se impone una pequeña criba que al final no ha dejado más que una conversación entre Galván y el guardabosques y un par de conversaciones en estilo indirecto entre los miembros de la compaña del primero. Aun así, y aunque aquí no queda más que amagado por lo breve del fragmento, vuelve a hacer su aparición el eterno «problema de los grupos».
El problema de los grupos aparece casi sin excepción en cualquier novela de aventuras, desde las novelas de caballerías y las sagas de héroes antiguos hasta la fantasía medieval de la actualidad. Me refiero a la existencia de un grupo de protagonistas que suele oscilar entre los tres y los diez miembros y que resulta ser un tremendo quebradero de cabeza a la hora de escribir. Siempre existe el miedo de dar un excesivo protagonismo a unos personajes y quitárselo a otros, la impresión de que tal o cual personaje apenas si hace nada en el grupo o las ganas de eliminar a algún miembro por no tener tiempo (o resultar demasiado denso) de darle un mayor calado en la historia. Es muy incómodo trabajar con una narración en que intervienen tantos personajes al mismo tiempo y en el mismo lugar teniendo un estatus más o menos similar dentro de ella. No se puede hacer avanzar bien una historia en que tenemos seis o siete protagonistas simultáneos sin caer en larguísimas discusiones cada vez que el camino se divide en dos, en conflictos entre unos y otros que se prolongan y entremezclan ad eternum, y en seis o siete historias personales con un calado en la novela que acaba resultando confuso tanto para el autor como para el lector.
Por lo general, los autores de novelas de aventuras huyen de los grupos precisamente por lo enredoso de controlar a tantos personajes a la vez si se busca mantener una coherencia y una limpieza textuales. No obstante la inclusión de un grupo que acompañe al personaje ha resultado siempre de lo más atractivo en el mundillo de las aventuras (desde un mitológico Ulises a un mucho más moderno Frodo Bolsón) por lo que se produce en el interior del autor un tira y afloja que acaba dando como resultado una solución intermedia asistida por diversos métodos de ayuda.
El método más sencillo es el de usar un grupo pequeño, de tan sólo dos o tres miembros, con lo cual se evitan la enorme mayoría de los problemas que da un grupo y se pueden desarrollar cómodamente los personajes sin que resulten demasiado pesados. Es el caso por ejemplo de R.A. Salvatore y su Drizzt. Otro método consiste en llevar un grupo grande pero partirlo en pequeños grupos que a pesar de estar juntos actúan a ratos como un grupo general y a ratos como grupos individuales, de manera a repartir el foco de atención entre unos y otros y zafarse más o menos de casi todos los problemas que da un grupo grande, siendo el caso de A. Sapkowski y su brujo Geralt. Un método especialmente descarado para huir de los problemas de un grupo es directamente contar con uno o dos protagonistas principales y luego «pegarles» un grupo que les acompañe pero cuyos integrantes no lleguen nunca a ser más que meros personajes secundarios sin apenas diálogo o acciones, como ocurre por ejemplo en El Hobbit de J.R.R. Tolkien e incluso en su El señor de los anillos cuando se ve obligado a narrarnos las desventuras de un grupo grande. Para acabar hablaré del más que popularizado sistema de puntos de vista (POV en inglés) de G.R.R. Martin, el cual evita con celo cualquier grupo de personajes y si se ve obligado a recurrir a uno al usar este sistema de centrarse en la visión de un único personaje se evita tener que controlar de primera mano el resto del grupo.
Pese a la existencia de estos métodos, en la mayoría de casos (y esperando que no sea el mío) la utilización de un grupo de protagonistas no suele dar muy buen resultado, y como ilustrativa muestra de ello recomiendo hojear alguno de los cómics de la serie Siete (de origen francófono, pero casi todos están traducidos y editados por Planeta). El leitmotiv de esta serie es presentar en cada tomo una historia distinta protagonizada por un grupo de siete personajes, pero que salvo honrosas excepciones (ahora mismo sólo se me ocurre una, que es Siete Misioneros) lo único que hacen es ocultar a una pareja de protagonistas acompañada por otros cinco personajes de los que el autor se deshace en cuanto tiene la ocasión (algunos desaparecen tras la primera página y otros no aparecen hasta la última).
Sin embargo sí existe alguna rara avis capaz de hacer malabares con grupos grandes de protagonistas y que la historia fluya, aunque en los dos únicos casos que ahora se me ocurren, precisamente la narración cojee de ambas piernas por la sobresaturación de protagonistas. Me refiero a cualquiera de las novelas de Las Crónicas de la Dragonlance o a las del no muy conocido pero tampoco desagradable Alexey Pehov.
Y he aquí el problema con el que llevo bregando a través de tantas y tantas páginas en esta novela, y aunque intento no abusar de ninguno de los métodos de vez en cuando la agilidad narrativa me lo pide a gritos y acabo cediendo por el bien del lector. De siete miembros reduje la compañía de Galván a seis y acabé distanciando las apariciones de unos y otros de manera a poder darles un margen de integración individual a cada uno (que siempre se agradece como lector), poder desarrollar una pequeña historia personal propia sin que se solapasen entre ellas y conseguir darles un pequeño peso en la historia a cada uno. Ya que van a acompañar al protagonista y al lector durante casi toda la novela, que al menos sepamos un poco quiénes son y qué podemos esperar de ellos. Después de tantos capítulos he conseguido más o menos apañármelas para que todos salgan a escena de manera más o menos equitativa y se note que todos están siempre ahí, pero aun así, lo confieso, sigue resultando muy difícil mover seis personajes a la vez cuando sólo se tienen dos manos.
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