Mi novela La canción del peregrino ya está disponible en la web/red literaria de megustaescribir.com y os invito a todos a descubrirla y, a los que ya la hayáis leído, a redescubrirla y compartirla si os ha gustado por tantos sitios como os sea posible, que me haréis un tremendo favor.
Sí me gustaría disculparme por la primera página de sinopsis/resumen que se coló en ella, ya que me di cuenta demasiado tarde de que había subido a la página la versión enviada a mi último editor. Sirva, por llamarlo de alguna manera, de contraportada, ya que no desvela ningún detalle importante de la trama y de hecho me permito dejárosla aquí para intentar animar a algún reticente:
«¿Cuán rápido puede cambiar una vida? Unos pocos días bastan en los Reinos Nuevos*, puede que tan sólo unas horas, o siquiera unos instantes… Galván, a su pesar, lo sabe muy bien. Este atípico y desencantado asesino a sueldo cree cumplir esta noche con un simple encargo de su patrón, uno más que añadir a su triste lista, pero lejos está de imaginar hasta qué punto una daga clavada en el corazón de un extraño puede darle la vuelta al discurrir de sus días. Privado de pronto de una existencia, cegado por la rabia y el deseo de venganza, se pondrá en camino hacia un incierto futuro. En su viaje se entrecruzarán nuevos aliados y enemigos, extraños enigmas y respuestas largamente esperadas, descubrirá que no es del todo dueño de sus pasos y que nunca, por doloroso que sea, hay que olvidar el pasado.
A caballo entre la novela fantástica y la de inspiración histórica, La canción del peregrino es el fruto de mis dos grandes pasiones: las novelas de aventuras y la Edad Media y su literatura. Aunando ambas, cuenta la historia de Galván, un asesino a sueldo medio arrepentido, y de su búsqueda de venganza, que acaba llevándole más lejos de lo que jamás podía haber imaginado, resolviendo así más cuentas pendientes de lo esperado y adquiriendo, involuntariamente, nuevas deudas. La acción se desarrolla en un lugar que lleva el genérico nombre –dentro del mundo fantástico– de Los Reinos Nuevos, siendo éstos una suerte de reelaboración fantasiosa del occidente medieval europeo y cuenta con numerosas referencias a la cultura y mentalidad de esta civilización, desde la presencia de composiciones poéticas en lenguas del Medioevo hasta expresiones latinas o pequeñas reseñas sobre aspectos de la vida medieval y así un largo etcétera a descubrir por el lector.»
*Nota: en la sinopsis que aparece en la obra, y sólo en ella, aún aparece la denominación de «Siete Reinos», que hubo que retocar apresuradamente por el explosivo auge de las novelas del señor G. R. R. Martin por aquello de no incitar a los malos pensamientos.
Tras dar ya por prácticamente imposible (o al menos por muy poco probable) que mi editor, a causa de la galopante crisis que no está dejando títere con cabeza en ninguna parte, se vuelva a poner en contacto conmigo para editar «La canción del peregrino» ya he empezado a considerar, como autor, otras opciones.
La primera, por supuesto, es la de la autoedición, con sus pros y sus contras, mucho más numerosos los segundos que los primeros, ya que a la totalidad de los derechos y al control completo de la edición se enfrentan el desembolso económico (que, aun en e-book es considerable y en mi opinión poco rentable para un escritor, digamos, semi-novel) y la dificultad para alguien sin apenas contactos de darse a conocer en un mundo literario súper-globalizado y saturado de los cientos y miles de novelas, relatos, ensayos… y demás que reciben a diario las editoriales y que se suben a la red. Lograr hacerse un poco visible, vaya. La segunda opción, como ya escribí en la anterior entrada, es la de la traducción (hagamos uso del oficio de uno, que para eso está) de la novela para tratar de colocarla y moverla en mercados de habla no hispana; no necesariamente más receptivos pero nunca se sabe dónde pueden estar las oportunidades. La tercera y última opción es la de publicarla sin más en la red, convirtiéndola en una obra gratuita y de libre acceso, sacando al menos el beneficio de darse a conocer y que a uno le lean. Cosa que, en el fondo, es lo que mueve a todo autor, pues, citando a maese Reynald Dubec (que también presenté en la entrada pasada) «no fue este nunca oficio de hacer buenos sueldos ni levantar palacios, sino de sacar gozo del gozo público».
Sin embargo, el ofrecer el texto sin más, aun pese a estar la novela perfectamente registrada con todas las de la ley a nombre de un servidor, me causaba ciertos reparos. Una especie de sensación de retroceso como autor, si alguien es capaz de entender la explicación. No obstante, descubrí hace pocos días una página llamada http://megustaescribir.com/ que me ofrecía una solución intermedia que sin duda me satisfacía. Se trata de una pequeña red social de escritores/lectores/editores destinada precisamente a mover obras no necesariamente humildes pero que precisamente por la crisis o por no ser sus autores de excesivo renombre se encuentran con penosas dificultades a la hora de darse a conocer. Cuenta además con el añadido de estar respaldada por un grupo editorial (Random House Mandadori) que ofrece la posibilidad de llevar la obra hasta la edición en papel e e-book si la calidad de ésta se ve reconocida por los lectores de la página.
Así, he decidido abrirme una cuenta en esta red literaria y subir la primera novela, «La canción del peregrino», de esta serie en la que me encuentro trabajando actualmente, cruzando los dedos y esperando poder llevar a buen puerto la apuesta en el futuro. Y si no, al menos, conseguir algún que otro lector más. Esta red permite, además, la creación de un blog de apoyo a las obras que cada autor vaya colgando, el cual he decidido crear y simultanear (por no decir duplicar) con éste, de modo que las entradas aparezcan repetidas y la obra pueda pasearse sin problemas tanto por esta red como por Blogger. De hecho llevan los dos el mismo título y sencillamente a partir de esta entrada pienso seguir escribiendo aquí y enlazar las entradas del otro. Os dejo aquí el enlace directo: http://arquetadesastre.megustaescribir.com/
En cuanto a la novela, tras el plazo
de aprobación que la página requiere, estará disponible en la página para
cualquiera que quiera descargarla. Os animo, pues, a echarle al menos un ojo llegado el momento y
si os llama la atención la sinopsis a descargarla y leerla. Son poco más de
doscientas páginas en formato pdf, no es necesario registrarse en la red para
descargar el texto ni tampoco pagar un solo céntimo, y le hacéis un pequeño y
entrañable favor al que suscribe.
Espero que os animéis a darle una oportunidad y que a aquellos que decidan leérsela les guste, que nunca le vienen mal a un autor lectores, que ya sólo con su presencia alientan y hacen más leve la tarea de la redacción y con sus críticas y comentarios ayudan a mejorar y pulir el resultado final. Sobre todo cuando uno se encuentra finiquitando ya el epílogo de una segunda parte, y le da hasta miedo mirar de reojo el montón de cuadernos manuscritos que lleva ya. Y, por supuesto, a aquellos que ya la hayan leído, huelga decir que cualquier comentario en este blog o en el otro http://arquetadesastre.megustaescribir.com/ será siempre más que bienvenido, sobre todo si pueden animar a otros a dar el paso y leerse la novela.
Gracias por adelantado a todos y espero poder encontraros alguna vez del otro lado de los renglones.
El capítulo XXIV está ya, como quien no quiere la cosa, a punto de caramelo, a falta de que el cohete lanzado en el último momento estalle con fanfarria, dándole el final al que estaba encaminado desde la primera página. Luego no quedarán más que un conclusivo capítulo XXV y un pequeño epílogo en que revolucionar, por supuesto, los veinticinco capítulos anteriores y ponerle al lector la miel en los labios para la siguiente novela.
Mientras tanto, y dado que, como ya dije en la última entrada, mis últimas documentaciones darían demasiadas pistas, vamos a ir empezando (que ya iba siendo hora) con una pequeña presentación de personajes. No todos, claro (quien me haya leído sabrá que mis personajes salen como setas), sino tan sólo los más principales. Uno de ellos, y sin duda el más destacable, sería el señor Reynald Dubec, que vendría a completar en terceto la pareja ya formada en la primera novela por Galván y su compañero montañés. El nombre (que de nuevo no es casual) sigue siendo provisional hasta la versión definitiva (hay personajes que en lo que va de novela han cambiado cuatro o cinco veces de nombre), pero tiene casi la totalidad de las papeletas para quedarse así. No sólo es un nombre llamativo (alto y sonoro, que diría el Caballero de la triste Figura) sino que se pega muy bien al personaje en esta historia, pero también a la realidad histórica bajomedieval y al hilo del personaje en un futuro narrativo que esperemos no sea muy lejano.
En cualquier caso no es su nombre lo más representativo de este personaje sino su oficio, que es, en el fondo, por lo que va a ser interpelado las más veces. Y es que maese Reynald Dubec no pertenece a otro gremio que al de los arquetípicamente medievales y farandulescos juglares. Al igual que los caballeros, los castillos y la buena mesa, este tipo de personajes aparecen siempre ligados al periodo medieval, hasta el punto en que al querer representar un escenario basado en este periodo histórico ya llega a hacerse raro o no escuchar un poco de música o no ver un laúd, un rabel o una dulzaina rondando por alguna parte.
Trovadores, troveros, ministriles, minnesänger…, no son pocos los nombres con los que aquí y allá en esta vetusta Europa se definía a los compositores líricos y músicos. Todos ellos tienen un componente común, que es (casi siempre) el de la alta (o al menos bien situada) cuna, y que los distingue por ello diametralmente de los llamados juglares, con los que tan a menudo (y no sin razón) se les confunde.
La aparición de los trovadores la sitúa la leyenda literaria e histórica (con sus bien fundamentadas pruebas, todo es cierto, pero en mi opinión algo de leyenda tiene con todo) en Occitania (que a día de hoy se corresponde grosso modo con el Mediodía Francés) y asociada a la figura del «primer trovador», Guillermo de Poitiers. Desde él fluye una larga lista de personalidades que incluye nombres tan famosos como el de Ricardo I de Inglaterra «Corazón de León» (no en vano nieto de Guillermo) o el del papa Clemente IV. Su cuna, en principio, está pues entre las más altas, si bien la situación llega a «democratizarse» en tiempos posteriores accediendo a tan noble oficio hombres (¡Y mujeres! ¿Cómo olvidar a Doña Beatriz de Día y a tantas magníficas trobairitz?) de un estrato social algo más bajo pero siempre con una necesaria formación académica a cuestas. No por ello se dejaba a un lado la escala social, desde luego, y cada trovador era más que consciente de la posición que ocupaba fuera de su oficio, y si bien inter fratres se consideraban todos como iguales se daban numerosas puyas y agravios (cómo no, seguían siendo humanos) entre unos y otros tanto por cuestiones de estilo como de orígenes sociales. De hecho, en su época de máximo esplendor, durante el llamado Renacimiento del siglo XII, varios sectores del oficio trovadoresco se quejaban a menudo del «intrusismo» y «pérdida de prestigio» que la aparición de nuevos trovadores de toda raza y condición había atraído.
La etimología del nombre viene del término occitano trovar, que literalmente significa «encontrar» o más bien en este caso «inventar» o «componer», por aquello de hallar las palabras, métrica y rimas que sentasen bien a la composición poética. Sin embargo, pese a estar intrínsicamente atados a la poesía, precisamente este nombre de trovadores los distinguía en aquel periodo histórico de los poetas que eran quienes componían versos en latín (que es como se venía haciendo desde la Antigüedad) frente a aquéllos, que componían en lengua romance. En cuanto a temas qué puede decirse que no resulte evidente. El Amor, con mayúscula y mayor reverencia que a la Virgen y a todos los santos, llegando a su mayor expresión feudal con el fin’amor (en el cual no me entretendré por cuestiones de longitud, googléenlo los curiosos), al cual acompañarán no obstante otros temas más mundanos como la política, la crítica social, la literatura o la moralidad del Hombre.
Y ahora vamos con los juglares…
El juglar es tenido (desde el Romanticismo y hasta nuestros días) por hermano del trovador, y sin embargo en la Baja Edad Media difícilmente se habría hallado mayor alabanza para el primero y mayor insulto para el segundo. Los juglares eran, ante todo «entretenedores» profesionales, que igual que tocaban un instrumento, cantaban, contaban historias y leyendas, danzaban, hacían cabriolas, hacían bailar a los osos y a los perros, hacían malabares… Eran pícaros en su mayoría, pues, hechos a la vida ambulante, a las ferias, a los mercados y (cuando la suerte y no el hambre llamaba a una puerta que no tenían) a las cortes señoriales en calidad de «showmen» del banquete. Como venía siendo costumbre desde la Edad Antigua su imagen social era de lo más controvertida, ya que si por un lado eran personajes simpáticos y que en general la gente y sobre todo la muchachada y la estudiantina no echaban de más, acabado el espectáculo eran metidos en el saco de rufianes y prostitutas y como tales elementos indeseables los contemplaban las leyes de la época.
Sí que hay que hacerles justicia pese a todo en cuanto a la lírica y la música atañe, ya que si bien su cuna era muchísimo más humilde que la de los insignes trovadores del romántico y apasionado fin’amor, actuaban como complementos de aquellos. Su principal función (y el interés de sus plebeyos estómagos) era la de entretener y por ello solían servirse de las obras compuestas por los trovadores y que ellos mismos arreglaban o modificaban según les sirviese (¿qué mejor manera de ganarse un par de maravedíes más que metiendo entre los compañeros de un Roldán o de un Mío Cid a algún antepasado ilustre del anfitrión?) difundiéndolas así y enriqueciendo una literatura y un arte que cobraba cada vez más fuerza.
Así, ¿qué mejor compañero para Galván y Verone que un «medievalísimo» juglar con ínfulas de trovador e intenciones y lascivia de joven rufián? A un servidor le encaja a la perfección y hasta le ha tomado tanto cariño como al herrero montañés aunque, por supuesto, la última palabra se la dejo a mis futuros lectores.