jueves, 6 de septiembre de 2012

ECCE BLOG

Lo primero y más correcto sería, supongo, presentarse, así que vamos allá: me llamo Pablo Díez, y profesionalmente soy traductor e intérprete (o lo intento), y a modo de vocación artística pues me dio por ser escritor (esto ya no lo intento, sencillamente un día, frente al volumen de cosas escritas por estas manos que ahora teclean, me di cuenta de que esto ya pasaba de la simple afición o pasatiempo). Podría haberlo intentado con la pintura o la música, pero he de confesar que nunca fui demasiado hábil con las manos así que hubo que apañarse con lo que había, y lo que había era cabeza y un tanto trasnochado afán por la palabra escrita. Afán, por otra parte, alimentado con manos de paciente carbonero por un señor de Burgos que entre otras cosas es mi abuelo.

Además soy aficionado (no experto, más quisiera yo) o más bien amante de la Edad Media, lo cual significa que no resulto nada original en el panorama de la literatura actual, ya lo sé, pero aún así conservo la esperanza de poder aportar un «algo más» en lo relativo a esta fantástica época a la que tan asiduamente estamos viajando en los últimos años. No busco engrosar el gremio de los «enigmas templarios» ni sucedáneos, tampoco del sexo drogas y rock’n’roll histórico, no pretendo desenmascarar el lado oscuro de ningún monarca, ni rellenar con lo fantástico los huecos que la Historia haya dejado, tampoco sacar a pasear a elfos y orcos por el placer de describir cómo se achicharran ante las bolas de fuego de un archimago (todo muy «medieval», como podéis ver), y mucho menos escribir un libro de Historia o un tratado de literatura medieval. No pretendo hacer ninguna de estas cosas, sino todas a la vez, y al mismo tiempo, de nuevo, ninguna. Esto no esclarece nada, lo sé, pero a medida que se vaya desarrollando el blog veréis por dónde van los tiros y a dónde intento llegar cuando escribo.

Dicho esto, vamos allá con el motivo de inaugurar este blog.

Si bien no recuerdo ya la época en la que no escribía, no hace tanto que empecé a infiltrarme, pasito a pasito, en el mundo de la novela. Actualmente tengo cuatro, amén de una pequeña lista de cuentos y relatos cortos, intentos de poesía y ensayo y un libro de falsos haikus (no sé una palabra de japonés, así que no me atrevo a llamarlos verdaderos). Las tres primeras novelas, infames, no merecen mayor mención que ésta que estoy haciendo. A la cuarta, sin embargo, sí que le tengo un especial cariño, ya que le eché muchas más horas y ganas, trucos aprendidos tras garabatear páginas y páginas y páginas y páginas y más paginas (la única manera de lograr resabiarse un poco en este oficio) y tanta ilusión que no sólo al que la lee dice que le gusta (algunos incluso de manera sincera y sin estar yo presente) sino que logré con ella que me llegase mi primera oferta de publicación por parte de una editorial. Por desgracia, la zozobra económica occidental ha hecho que el asunto se retrase, pero (espero) será menester de no impacientarse y esperar uno o dos meses a poder sacar la cabeza y que vea el sol. Por si alguno se la cruza entre lomo y lomo de estante o entre portada y portada de mesa de librería, su título es «La canción del peregrino», y estáis más que invitados a daros una vuelta por ella, sin ningún compromiso y con libertad de volver a este mismo blog y quejaros por lo que os disguste.

Y dicho esto, vamos con el verdadero motivo de abrir este blog.

Mi quinta y última novela (la más nueva, que no la postrera, y continuación de «La canción del peregrino») se encuentra ahora en plena construcción. Hablar de «ahora» quizá resulte algo ambiguo ya que han pasado cuatro años desde que empecé con las primeras palabras y a éstas se le han ido añadiendo páginas y páginas, más de veinte capítulos y un prólogo… Aun así, calculo que aún me llevará cuatro o cinco meses acabar el primer borrador tras el cual vendrán la reescritura, las correcciones, los cortes y las adiciones de última hora y toda la parafernalia que hay que meterle en el capullo a este taco de hojas manuscritas para que al cabo de un par de meses salga algo parecido a una mariposa (renqueante y sin mucho lustre al principio, la pobre) que luego la mayoría llamen novela y a algunos pocos hasta les guste.

Construir una novela es, hablando en plata, una de las cosas más puñeteras que puede echarse uno sobre la espalda, pues el diablo está en los detalles, y sin detalles no hay novela. Sí, amigos, esos dos personajes que os imagináis tranquilamente el uno frente al otro a punto de empezar una conversación necesitan un escenario, necesitan estar de pie o sentados, si sentados un asiento, y ya puestos una mesa, y puesto que están hablando de esto y no de aquello digamos que están sentados en una terraza, necesitan beber algo, el camarero (o camarera) necesita una actitud hacia ellos, necesita inmiscuirse en la conversación o mantenerse indiferente y actuar como simple elemento decorativo. Por cierto, ¿qué época es? ¿Es real o ficticia? ¿Quizá fantástica? ¿O no hay época? ¿Está lloviendo o hace sol? ¿Dónde está la terraza? ¿Interior o exterior? ¿Se puede fumar en ella o no? Depende de la época. ¿Del año o de la historia? Y ahora necesitamos describir a nuestros personajes: ¿quiénes son?, ¿tienen nombre o no?, ¿su nombre es el verdadero o se ocultan bajo otra identidad, ¿los conocemos o no los conocemos?, ¿o acaso los conocemos pero el autor quiere que no los reconozcamos? ¿Qué edad tienen? ¿Qué aspecto tienen? ¿Cómo hablan? Éste tiene aspecto de soltar tacos. ¿Cómo visten? Esa camisa le quedaría bien ahora, pero quizá después, tras el momento en que éste le traiciona, porque le va a traicionar, que aún no ha abierto la boca pero se le ve en la cara… Tantos y tantos detalles, y aún no sabemos ni siquiera de qué va a tratar la conversación.
           
Cuento todo esto para ilustrar el cuidado que ha de tener el autor con estas minas semienterradas que son los detalles, los cuales no cejan en su empeño de estallarle a uno en las narices por muy sencilla, abstracta o breve que quiera hacer la narración. La experiencia habla por mí, y el que escriba sabrá de lo que hablo.
   
Por ello, compañero inseparable de fatigas del escritor (sin querer echarme encima los celos de plumas, bolígrafos, lápices, Olivettis y primas segundas y editores informáticos de texto en general) es siempre una libreta, que a veces se llama bloc, otras cuaderno y en más de una ocasión simple taco de apuntes. En él (lo juro) caben todos los detalles, y con ellos las dudas, las ideas furtivas y las ocurrencias geniales de una noche (normalmente a las cuatro de la mañana y a mil kilómetros de algo parecido a un papel), los «buscar más sobre», los «reescribir todo este capítulo», los «matar a este personaje cuanto antes»… Cabe, en resumen, todo el andamiaje de la novela, todo aquello que oculta el telón cuando la función está en marcha y la historia que se representa ante el lector sale a escena.
           
Eso precisamente es lo que busco con este blog. Desvelar algo de esa parte oculta que luego no da fruto más que en una frase o comentario de algún personaje, pero que al infeliz autor le llevó más de un mes descubrir y adecuar. Crear, en cierto modo, un doble abierto de esa libreta de notas.

Si bien la novela está ya bastante avanzada (acabo de abrir el vigésimo primer capítulo de veinticinco (prólogo y epílogo aparte) aún quedan meses de trabajo como ya he dicho (por no tener, no tiene ni título), y me he propuesto compartir aquí cuanto pueda de ese proceso de elaboración de argamasa literaria, de apuntalamiento de capítulos y finalmente de construcción de una novela. Búsquedas, curiosidades e inquietudes históricas y literarias, comentarios sobre tal o cual parte que me guste más o me guste menos (todas son hijas, y algo habrá que quererlas) y reflexiones peregrinas sobre esto que llaman escribir es lo que pienso ofrecer aquí. No busco que nadie me siga, quizá ni que me lea, pero si al menos uno o dos lo encuentran interesante y les arrasca lo suficiente el ánimo como para animarse a abrir esta novela o su predecesora ya habrá merecido la pena.

Ahora sí.

Bienvenidos a «Arqueta de sastre». 

2 comentarios:

  1. Esto promete. ¿Hay alguna versión PDF de «La canción del peregrino» para los que no queremos esperar?

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  2. Tiempo ha que no sabía de usted, Sr. Cointreau, y se agradece el comentario. Versión en pdf haberla haila, pero esperando la respuesta del editor aún quiero darle una última cepillada antes de entregarla. Eso sí, si se demora demasiado con mucho gusto le enviaré una copia en pdf.

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